
Por Joeldi Oviedo
OPINIÓN.-Hay algo que uno no nota hasta que se muda a una ciudad grande: el silencio de los desconocidos. En Santo Domingo, puedes subir a un ascensor con diez personas y nadie te mira. Nadie te pregunta por tu mamá, ni te señala por cómo estás vestido. En la capital, la vida privada es sagrada por una razón simple: a nadie le importa.
Sigue leyendo