
Por Luis Ramón López
MOCA, Espaillat.-En pleno corazón del Cibao Central y sus zonas montañosas, sobreviven comunidades casi invisibles, marcadas por el aislamiento, la pobreza extrema y el abandono histórico. El paso del tiempo y la falta de oportunidades han vaciado pueblos y parajes, acelerando el éxodo de jóvenes y familias hacia las grandes ciudades.
En el terreno, la realidad es palpable y desgarradora. Las pocas personas que insisten en quedarse luchan a diario sin servicios básicos, sin caminos vecinales transitables, sin agua potable y con cada vez menos expectativas de desarrollo.
Tras cada fenómeno natural como huracanes, intensas lluvias, deslizamientos, la situación se agrava. Las ayudas oficiales prometidas por las autoridades quedan retenidas en las cabeceras de provincia, mientras los furgones con materiales y provisiones nunca llegan a los que más lo necesitan en las apartadas zonas.
En zonas montañosas del Cibao Central, tener agua potable es un lujo. El 60% de la cuenca del Yaque del Norte, fuente hídrica esencial para la región, está deforestada. La erosión del suelo y la sequía reducen aún más la disponibilidad de agua para las familias. Los proyectos de acueductos, cisternas y pequeñas soluciones comunitarias apenas cubren a una mínima parte de la población, y los cortes de energía son cotidianos.
El abandono se muestra también en la falta de puestos de salud equipados, caminos en ruinas y la ausencia de alcantarillado y recolección de residuos. El contraste con el desarrollo urbano es cada vez más notorio; mientras ciudades principales del Cibao reciben inversiones, el campo se ve rezagado y olvidado por políticas públicas que no priorizan su desarrollo.
La ausencia de servicios públicos, empleo y acceso a activos productivos fuerza a la migración. Con cada ciclo agrícola fallido y cada comunidad apartada del progreso, más jóvenes y familias dejan sus tierras buscando oportunidades que su entorno les niega. Este vaciamiento humano profundiza la inseguridad alimentaria y reduce aún más la capacidad del campo para producir y aportar al desarrollo nacional.
Los últimos censos rurales y evaluaciones de organismos internacionales confirman que la población de los campos sigue disminuyendo, a la vez que aumenta la desigualdad y la brecha entre el campo y la ciudad.
Organizaciones campesinas y líderes comunitarios claman por una respuesta urgente y eficaz. Los habitantes exigen no sólo que lleguen las ayudas prometidas, sino políticas sostenidas de inversión en caminos, agua potable, salud, educación y estímulo a la producción agropecuaria. Denuncian que el abandono se recuerda con fuerza en tiempos de elecciones, pero las promesas rara vez se cumplen en el día a día.
El destino de estas comunidades rurales es reflejo de una deuda social crónica. El abandono perpetúa la pobreza, la vulnerabilidad ambiental y la dependencia alimentaria del país. Rescatar el potencial del campo pasa por abordar la exclusión estructural y garantizar el acceso a servicios, infraestructura y oportunidades para quienes aún resisten en las montañas del Cibao Central.
Mientras la desesperanza crece, lo que está en juego no es solo el futuro del campo, sino el equilibrio social, productivo y ambiental de toda la República Dominicana. En los campos del llano y la montaña, la pobreza y el abandono crece como planta de Verdolaga.