
Por Luis Ramón López
MOCA, Espaillat.-En la provincia Espaillat, hay un sentimiento que va creciendo como sombra después del mediodía: la desilusión. Un bajón anímico que no nace del azar, sino de una verdad que muchos comentan en las calles, colmados y grupos de WhatsApp: los diputados que fueron elegidos con promesas de cambio, hoy parecen haberse evaporado. Como si el viento se los hubiese llevado… lejos de su compromiso, de su comunidad y de su gente.
Durante la pasada campaña electoral, estos legisladores Robinson Antonio Santos Rodríguez, José Miguel Ferreiras Torres, Shirley Antonia López Feliz y Marleni Altagracia Jimenez Munoz, prometieron el cielo, la tierra y un puente hasta la Luna, si con eso aseguraban el voto. Se vendieron como representantes del «nuevo liderazgo», del «gobierno del pueblo» y de una gestión cercana, que escucharía, bajaría al barrio y daría la cara. Pero la realidad, a casi mitad de período, es otra muy distinta: nadie los ve, nadie los siente.
¿Dónde están los diputados de Espaillat?
Esa es la pregunta que muchos se hacen. Han desaparecido del mapa comunitario. Ya no caminan por las calles, callejones, comunidades, barrios y campos, no están en las juntas de vecinos, no responden llamadas ni se aparecen en tiempos difíciles. Lo que alguna vez fue un rostro sonriente en una valla, hoy es solo un recuerdo pixelado en la memoria de un pueblo que se siente engañado.
Porque no solo es su ausencia física. Es la falta de gestión, de voz, de propuestas reales en el Congreso. ¿Qué han hecho por los municipios de Moca, Gaspar Hernández, Jamao al Norte, Cayetano Germosen y San Víctor? ¿Dónde están las obras prometidas, los proyectos de ley que impulsen el desarrollo de la provincia, el apoyo a las comunidades vulnerables?.
La población de la provincia Espaillat, votó con esperanza. Votó con la ilusión de un cambio. Muchos pensaron que se iba a inaugurar una nueva forma de hacer política. Pero lo que ha llegado, lamentablemente, es más de lo mismo… o quizás peor. La población hoy no solo está decepcionada. Está dolida. Y lo más grave: está arrepentida.
En los pasillos del pueblo, la gente murmura: “no vuelvo a votar”, “nos embaucaron otra vez”, “se creían ministros antes de ganar”. La desconexión entre el Congreso y la provincia es evidente, palpable. La representación está rota, y la política en Espaillat ha tocado fondo emocionalmente.
Sin embargo, de todo esto también puede nacer algo valioso: conciencia. Tal vez este gran desencanto sirva como motor para exigir más, para elegir mejor y para no olvidar que el poder del voto no debe regalarse a palabras bonitas, sino a trayectorias, compromisos reales y cercanía genuina.
Espaillat merece más. Merece diputados que hablen por su gente, que defiendan su tierra y que no desaparezcan cuando se apagan los micrófonos de campaña. Porque representar no es figurar: es servir. Y de eso, tristemente, hemos visto poco.
Lo que parecía una nueva era de representación política en la provincia Espaillat, terminó siendo una historia repetida de ilusiones rotas, promesas incumplidas y figuras desaparecidas. Hoy, la gente se pregunta: ¿dónde están los diputados por los que votamos?.