
Por Joeldi Oviedo Grullón | Especial para MocaPresente.com
OPINIÓN.-En República Dominicana, cada vez que un político o líder social propone un cambio estructural, el primer obstáculo no es la ley, ni el presupuesto, ni siquiera la oposición: es el cerebro humano. Sí, como lo lees. La primera barrera al cambio está entre nuestras dos orejas.
Desde que Faride Raful asumió el Ministerio de Interior y Policía, ha impulsado medidas que buscan devolverle al país un mínimo de orden, seguridad y convivencia. Pero en vez de aplausos, ha recibido críticas, rechazos y hasta burlas. ¿Por qué? ¿Por qué tantos se oponen, incluso cuando los cambios buscan mejorar nuestra vida colectiva?
La respuesta no está solo en la política. Está en la neurociencia.
El cerebro dominicano (y el de todos) prefiere lo que le da placer
Nuestro cerebro está programado para buscar placer y evitar dolor. Es una herencia evolutiva: desde las cavernas, sobrevivíamos si sabíamos repetir lo que nos daba satisfacción (comida, sexo, descanso, comunidad) y evitar lo que nos hacía daño. Esa “búsqueda de placer” está dirigida por un químico poderoso: la dopamina.
¿Qué tiene esto que ver con las decisiones de Faride Raful?
Todo.
Cuando una autoridad impone límites a la música a todo volumen, al alcohol sin hora o a la “libertad” de hacer lo que uno quiera en la calle, el cerebro reacciona como si estuvieran tocando uno de sus placeres favoritos. Y eso molesta.
Pero lo que es placentero no siempre es saludable. Ni para una persona, ni para una sociedad.
Faride Raful, entre la ley y la incomodidad colectiva.
Desde que asumió como ministra en agosto de 2024, Faride ha implementado medidas claras: controles más estrictos sobre el expendio de alcohol, fiscalización del ruido en los barrios, digitalización de trámites, fortalecimiento de la Policía con mujeres y jóvenes capacitados, y campañas de convivencia pacífica.
Medidas necesarias, sin duda. Pero que han tocado fibras sensibles.
En diciembre, por ejemplo, relajó las restricciones del horario para la venta de alcohol durante las fiestas. Fue criticada por grupos de salud pública. Luego, ordenó operativos contra el ruido y el desorden. Entonces, fue atacada por sectores que ven eso como un atentado a la “libertad cultural”. Más reciente aún, la polémica por un evento interrumpido por policías confundiendo una salve dominicana con cánticos en creole. Y Faride respaldó la actuación policial.
Cada acción genera una reacción. Pero no siempre la reacción tiene lógica. A veces es puro instinto: el cerebro resistiéndose a cambiar.
¿Estamos preparados para crecer como sociedad?
La resistencia al cambio no es una debilidad. Es natural. Lo que no podemos permitir es que nos paralice. Los países que han progresado no son los que evitaron el conflicto, sino los que supieron sobrellevarlo en nombre del bien común.
Faride Raful, como figura pública, no está exenta de errores ni de cuestionamientos. Pero también hay que reconocer que está haciendo algo que pocos se atreven a hacer: poner orden en un país que ha romantizado el desorden.
Conclusión: el cambio duele, pero el estancamiento mata.
Resistir el cambio es normal. Lo anormal es vivir en el caos y preferirlo solo porque ya lo conocemos. Si queremos un país más justo, más seguro y más vivible, debemos estar dispuestos a sacrificar parte del placer inmediato en nombre de un futuro mejor.
Tal vez lo que Faride Raful propone incomoda hoy, pero incomodar a veces es el primer paso hacia el progreso.
¿Qué opinas tú? ¿Estás listo para aceptar cambios que tal vez no te gusten, pero que el país necesita?
